El matrimonio, probablemente evolucionó como la mejor manera de poner en común el trabajo de hombres y mujeres para que las familias puedan subsistir y asegurar que los hijos puedan sobrevivir. De hecho los datos indican que el matrimonio todavía es el instrumento más indicado para ese efecto. Sin embargo, más allá de esta función básica, el propósito del matrimonio ha experimentado un cambio constante en su adaptación a los contextos socio históricos específicos de cada época. Como afirma Stephanie Coontz, del Evergreen College de Washington, es bueno recordar que el matrimonio se desarrolló inicialmente en un ambiente de escasez, condición que prevaleció durante casi toda la historia humana. "El primer propósito del matrimonio era hacer alianzas estratégicas con otras personas, para convertir a los extraños a los familiares"[1], dice Coontz. La idea que el matrimonio está vinculado al amor o a un contexto romántico es algo que aparece recién en el siglo XIX y lo mismo puede decirse de la noción que plantea que debemos tener una relación de compañerismo, amistad y principalmente mutua comprensión dentro del matrimonio. Así pues, todavía estamos tratando de ver como conseguir todo esto en el mismo paquete y al mismo tiempo seguir enteros.
Para complicar un poco más la cosa, ahora hay que desarrollar la vida matrimonial bajo el influjo del consumismo, con las leyes de la oferta y la demanda dictando que debemos buscar la perfección en toda mercadería; inclusive en una relación. Y una vez que consideramos, (muchas veces sin darnos cuenta), que nuestras relaciones son una mercadería que adquirimos, empezamos a medir su calidad en términos de mercado, vamos por la vida pensando "Merezco algo mejor de lo que tengo, Quizá un modelo mas nuevo, mayores prestaciones, algo más económico, mas a la moda”, Etc.
Si, porque el mensaje básico de casi todos los anuncios en la cultura de consumo es: Usted se merece más y nosotros se lo podemos ofrecer. Uno entonces observa su vida de pareja envuelta en la cotidianeidad y comienza a pensar: este no es el acuerdo que firmé cuando inicié la relación. O empieza a sentir que uno está poniendo en esto mucho más de lo que está sacando. Son evaluaciones derivadas del pensamiento consumista. Al permitir que los “valores” del libre mercado se infiltren en nuestras vidas privadas, hemos llegado a creer que la función de la pareja es, ante todo, darnos un servicio. Se termina considerando a la pareja como a un socio o como un proveedor de servicios. De la misma manera en que, bajo el influjo de la moda buscamos tener el mejor par de jeans, creemos que merecemos tener el mejor socio en nuestro relacionamiento. La evaluación de la eficacia de ese socio se hace a partir de la cantidad de placer que nos produzca pero el bono de placer, por desgracia, es tan volátil como las emociones que lo subyacen y tan hueco y frágil como el sentido hedonista de la felicidad.
Ahora, como nadie es perfecto, vamos todo el tiempo buscando una alternativa mejor, y vamos por la calle mirando no a los ojos de nuestra pareja romántica, sino por encima delsus hombros , por si acaso aparezca una oferta mejor. El pensamiento consumista socava el compromiso en las relaciones al animar a la gente a mantener sus opciones abiertas; y si usted piensa que podría haber algo mejor vuelta de la esquina, entonces lo habrá, porque usted no está plenamente comprometido con la relación que tiene. Queda claro que mantener las opciones en abierto no es el mejor camino para el éxito de una relación a largo plazo.
Un sentido de múltiples alternativas, de posibilidades ilimitadas, produce en nosotros la ilusión de que la perfección existe por ahí en algún lugar, y que se trata solamente de encontrarla. Pero el problema con la elección sin restricciones o las múltiples alternativas, explica el Doctor Schwartz[2], profesor de psicología del Swarthmore College, es que aumenta las posibilidades de una ruptura. Uno ya no se exige el esfuerzo para solucionar los problemas de la pareja puesto que hay otras alternativas. Como el consumismo nos vende que merecemos lo mejor, buscamos la perfección en todo. El sentido de humor de una persona, mezclado con el carisma de aquella otra, el aspecto de una tercera y llegamos a imaginar que habrá un paquete en el que todas las características deseables coexistan.
Lastimosamente esa búsqueda infantil de una persona perfecta, nos quita el tiempo que deberíamos invertir en acercarnos a nuestras parejas, descubrir la originalidad que nos proporciona cada característica individual y aventurarnos a construir una relación madura y placentera.
Eso ¿No seria… perfecto?
[1] Coontz, S. Marriage, A History, Penguin Group, New York, 2005.
[2] Schwartz, B. The Paradox of Choice, Harper Collins, New York, 2004
No hay comentarios:
Publicar un comentario